miércoles, 10 de febrero de 2010

Reta y un eterno dilema

Escribe Horacio Ramírez (*)
Siempre preocupó al vecino retense, así como el visitante consuetudinario que excede por mérito propio el carácter de mero turista, el hecho de que el poblado costero pueda crecer hasta perder una serie de atributos que hacen de Reta un lugar muy especial. Entre esos atributos quizás el que más destaque sea el de la tranquilidad y el obvio factor de desajuste que perturba la tranquilidad fundacional de la naturaleza es el hombre.
El hombre crece. Eso es fácil de conseguir: cualquier animal o planta también lo hace. Del mismo modo, el hombre se desarrolla, e igualmente comparte esa capacidad con cualquier otro ser vivo. Pero el hombre también progresa. Y he aquí el obstáculo y la posibilidad. Un tigre es ya plenamente todo un tigre una vez terminado su desarrollo, y siempre será el mismo tigre y todos los tigres todo el tiempo. Sin embargo, la condición humana incluye el factor de progreso. En efecto: el hombre es el único ser vivo que puede progresar. Y no hablamos de recibirse de abogado o de "chef de cuisine": un zapatero remendón puede progresar como persona mientras que un neurocirujano puede ser el mismo imbécil toda su vida. Los títulos académicos, como los nobiliarios, nunca garantizaron la calidad humana del que los obtuvo. Naturalmente, esta capacidad de progreso descarga en el hombre toda la responsabilidad de sus actos. Nadie es culpable de nacer, crecer o envejecer, pero si sus acciones son destructivas de alguna manera, son señas evidentes de su falta de progreso en la escala humana. Y lo primero que le pasa al hombre que no ha progresado -que sólo ha crecido y se ha desarrollado, como lo hace un pato o una ameba-, es que desarrolla una característica hipengiofobia, o miedo morboso a adquirir responsabilidades. El hombre que no ha progresado como tal no desarrolla plena conciencia de su relación con el mundo; vive convencido de que el mundo -y con él, el Universo- deben girar a su alrededor; se sobrevalora y exige a los demás que se lo sobrevalore y entonces, apenas termina las galletitas, revoleará el papelito al suelo, total, el mundo le pertenece y le debe absoluta pleitesía.

El turista desaprensivo
La falta crónica de un sentido de responsabilidad frente al entorno, esto es: frente a sus congéneres, lo lleva a cometer toda clase de excesos y defectos. Nunca está en balance armónico ni con la naturaleza ni con la sociedad. Su llegada es siempre un anuncio de desastre.
Los vecinos de Reta -y los de cualquier otro lugar que tiene tesoros que defender- temen la llegada de esta clase de gente. También los tiene dentro de su propia población -obvio-, pero éstos están más acotados. En cambio, el turista desaprensivo, descomedido y desvergonzado que asume como propio todo derecho que anda por ahí y desestima toda responsabilidad como algo que es siempre ajeno, es el que destruye, temporada tras temporada, la tranquilidad de un pueblo como Reta. Y no nos referimos únicamente al que tira papelitos, sino al que también puede proponer -y conseguir, si pone lo que hay que poner- asfaltar la playa para que su nene pueda usar el cuatriciclo.
La única manera de acabar con esta plaga es a través de la educación.

La llegada de la ruta
El dilema de si le conviene o no a Reta la llegada de la ruta; si debe seguir aceptando el oprobio de que se pruebe puntería con los flamencos de la albufera o que se difunda por los medios nacionales su existencia, resume todo en esta alternativa: desaparecer del país o integrarse a él. Con un país maleducado, es claro que conviene que no se ponga a Reta en el mapa y que los pocos que lo han descubierto hagan voto de silencio y que el pueblo trate de sobrevivir como hasta ahora. Pero también sabemos que la realidad es inevitable; que el hotel en los médanos traerá la ruta asfaltada; que los mismos idiotas de todos los años seguirán espantando a las aves con sus ruidosos cuatriciclos y que el mismo desaprensivo tirará el nylon en la playa para que alguna gaviota se enrede y se muera. Seguirán sacando almejas; seguirán quebrando arbolitos indefensos y se seguirán rompiéndose la crisma a la salida del boliche. La estupidez es infinita. Pero Reta también puede aspirar al progreso como unidad social. Puede diferenciarse a sí misma y aprender a frenar al descolocado y transformar el eterno dilema en un verdadero trilema: que Reta se integre, buscar el olvido o apostar al verdadero desarrollo humano propio y ajeno como única posibilidad de acceder a una supervivencia que valga la pena.

(*) E-mail:
horacio.reta.ramirez@gmail.com

la voz del pueblo - 10/02/2010

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